sábado, 3 de octubre de 2015

Bitacora de una falsa viajera.

Creo que durante mis rutas de norte a sur y viceversa me pongo a pensar mucho. Y mucho de lo que pensaba era, ¡Dios no veo la hora de encontrarme sin ocupaciones para escribir!
No soy una viajera por pasión, lo soy por obligación. Porque me toca, porque es mi trabajo, pero con el pasar del tiempo he aprendido a apreciar mi oficio.
No viajo por placer, no voy a visitar sitios turísticos, no voy a probar platos típicos, ni salgo para saber como son las noches en cada ciudad a la que voy. No le hallo la gracia a ir de un lugar a otro con equipajes y aguantando carreteras en mal estado, compañeros de asiento incómodos y aguantándose las ganas de ir al baño cuando se trata de horas enteras.
Sin embargo me toca hacerlo y pese a muchas incomodidades, al principio sentirme obligada ahora lo disfruto mucho.
Algunos dicen que no es a donde vas ni que haces sino con quien estas, pero yo solo estoy con mis maletas, con mil ideas en mi mente, con un par de dolares en mi cartera, con un itinerario agotador de visitas  y mis audífonos acompañados por una playlist muy variada pero con algo en común, palabras del corazón.
A veces muy cansada de escuchar quejas, en otras ocasiones muy alegre de saber lo mucho que me aprecian, en momentos cansada de ir de aquí para allá con una maleta y sobretodo madrugar para cumplir con mis compromisos, pues odio llegar tarde.
Pero es mi trabajo y llevo haciendo esto un par de años, alejándome de mi hogar por semanas enteras, arriesgándome a sitios que nunca había puesto un pie.
Y pese a todo esto, me encanta hacerlo, claro lo que leerán en este post son muchos contras, pero todo aquello que hace que me guste lo tengo en mi mente, en mis ojos, mis manos, mi cuerpo, en mi sonrisa y en algunos casos en el corazón.
Aventurarse a conocer gente con la que solo has tratado telefónicamente, pues al principio cuesta, hasta que te das cuenta que eres querida por gran parte de ellos.
Ir a un lugar donde el calor humano es espectacular y te hacen sentir como en casa, te hablan tan bonito que solo quieres quedarte y en esos momentos libres conocer personas por fuera del fin al que vas.
Es toda una experiencia, es ver gente de todo tipo.
Toparse con personas que no te conocen y aun así son amables, también con patanes que reconocen que no eres del lugar y se comportan groseros.
Es experimentar esos amores de miradas, esos que nunca volverás a ver y en ciertos casos cruzar unas cuantas palabras.
Amores de una noche o tal vez de un par, personas con las que bebes un café y tienes una conversación tan confortante.
Gente que te mira tan despectivamente como sino fueras nadie, y aquellos que te insultan solo por no ser de su etnia.
Tienes momentos agradables, y bastante desagradables. Sueles divertirte y amargarte como nunca.
Y todo lo que te sucede una y otra vez en tu rutina se ve oxigenado por estas nuevas experiencias.
Con esto aprendí a ser arriesgada, a no tenerle miedo al mundo, a leer a la gente en su mirada y sus expresiones. A recorrer kilómetros con la angustia de llegar a mi destino sana y salva y sobretodo retornar igual, solo con el afán de ver a mi pequeña y también saber que he cumplido con mi trabajo satisfactoriamente.
He amado este oficio en los últimos meses mas que nunca, pues me dan un respiro de mi rutina, me permiten dormir como no lo hago hace tiempo, comer lo que se me antoje, y manejar mi tiempo a mi beneficio y en ciertas ocasiones divertirme como no puedo hacerlo mientras este en casa.
Me ha regalado experiencias que no se pueden mas que mantener en la mente y en el alma. Momentos que al pensarlos te generan una bella sonrisa en el rostro y otros que te hacen desear no haber nacido, pues momentos que al fin y al cabo te hacen saber que estas viva y eres alguien.
Se ha vuelto una pasión, se ha convertido en eso que espero cada temporada con afán de coger mis trapos y salir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario